sábado, 9 de julio de 2011

EL TESTIMONIIO NOS MANTIENE VIVOS


A continuación les presentamos, amigos y amigas, un mensaje condensado, basado en los mensajes de nuestro amado presidente Gordon B. Hinckley.
Este elemento al que llamamos testimonio es la gran fortaleza de la Iglesia. Es el manantial donde se originan la fe y la actividad; es difícil de explicar y no se puede medir. . . y, sin embargo, es tan real y potente como cualquier otra fuerza sobre la tierra.


El testimonio personal es el factor que hace que la
gente cambie su modo de vivir al integrarse a esta
Iglesia; es el elemento que motiva a los miembros a
abandonarlo todo, para estar al servicio del Señor; es la
voz apacible y alentadora que sostiene incesantemente a
los que andan por la fe hasta el último día de su vida.

Esos miles de personas, cientos de miles, millones
ahora, todos tienen algo en común: tienen un testimonio
personal de que ésta es la obra del Todopoderoso,
nuestro Padre Celestial; que Jesús, el Señor, que murió en el Calvario y resucitó, vive y es un Ser real y distinto,
con personalidad individual; que ésta es la obra de Ellos,
restaurada en esta última y maravillosa dispensación del cumplimiento de los tiempos; que el antiguo sacerdocio ha sido restaurado con todas sus llaves y sus poderes; que el Libro de
Mormón ha hablado desde el polvo como un testimonio acerca del
Redentor del mundo.

El Señor lo describió cuando le dijo a Nicodemo:
“El viento sopla por donde quiere, y oyes su

sonido; pero no sabes de dónde viene, ni a dónde va; así
es todo aquel que es nacido del Espíritu”  (Juan 3:8).

Aquello
 que llamamos testimonio, es difícil de definir, pero sus
frutos son claramente evidentes. Es el Santo Espíritu que
testifica a través de nosotros.
Se encuentra tanto en los jóvenes como en los mayores,
está en los cimientos mismos de esta obra
del Señor, y es lo que la impulsa a seguir adelante por todo el mundo. Nos motiva a la acción, nos exige que hagamos lo
que se nos pida, nos da la seguridad de que la vida
tiene propósito, de que hay cosas que tienen mucho
más importancia que otras, de que estamos en una
jornada eterna, de que somos responsables ante Dios.

Emily Dickinson [poetisa estadounidense] captó
un elemento de esa naturaleza cuando escribió lo
siguiente:

La pampa nunca vi,

jamás he visto el mar;
mas sé lo que es un llano
y una ola puedo imaginar.
Con Dios no hablé jamás,
el cielo nunca vi;
mas sé por cierto que los hay
cual si estuviera allí.

(“Chartless”, en A Treasury of the Familiar, ed. por
Ralph L. Woods, 1942, pág. 179.)

Ese elemento, débil y un tanto frágil al principio,
es lo que mueve a todo investigador hacia la
conversión y empuja a todo converso hacia la
seguridad de la fe. 
Esa misma seguridad con la que respondió Simón Pedro: "Señor...
y nosotros hemos creído y conocemos que túeres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”  (Juan 6:66-69).
Esta convicción, esta íntima y serena certeza de la
realidad del Dios viviente, de la divinidad de Su Hijo
Amado, de la restauración de Su obra en esta época y
de las gloriosas manifestaciones posteriores es lo que
se convierte en el fundamento de la fe de cada uno de
nosotros. Eso es nuestro testimonio. En el nombre de Jesucristo, Amén.
(Colaboración de Jéssica Ramos León)
Editor: Javier Céspedes H.        javiparisien@gmail.com

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